Huaraz en Línea.- (Por: Ricardo Ayllón) Diez años después de sus dos últimas entregas narrativas, “El Zarco y otros cuentos” (2005) y “Aventuras de Luchito en el puerto” (2005), Dante Lecca nos entrega “La calle de las mujeres centauro” (Fondo Editorial Galileo, 2015), reunión de siete relatos con varios aspectos comunes que le otorgan unidad, pero también con ciertas singularidades que los hacen brillar por sí solos.
Un talante común en ellos, es la soledad que baña a la mayoría de sus protagonistas. Sea desde los hechos que les toca sobrellevar, su fuero interno, o su plan de vida, aquellos transpiran soledad en todo momento. Maylí, la muchacha del primer cuento, “El hombre que cayó del barco”, es excluida de pronto del grupo social al que pertenecía y se ve obligada a vivir sola en la playa en condiciones precarias. En “Los amaneceres de Tatiana”, esta vive únicamente con Dieguito, su hijo de cinco años, trabaja de noche en un nightclub y tiene que vérselas por sí sola en la diaria lucha por llevar el sustento a casa. Aunque es cierto que Eduardo (su ex pareja y padre de Dieguito) llega para ayudarla económicamente con el soterrado intento de recuperar a su pequeño, esto no cambia su situación, pues su soledad (amorosa) seguirá siendo la misma.
Un hombre marginal nos va contando gradualmente cómo es que transcurre su vida en una de las calles de Chimbote en “Las cuatro estaciones en la piel de Leopardo”; y como lectores, lo primero que percibimos es la soledad que parte de la técnica empleada por el autor: el monólogo interior es inquietante y dibuja de cuerpo entero a este personaje. La percepción de soledad en el siguiente cuento, “El lodo”, se plasma no en la forma de vida de los protagonistas sino, primero, en el contexto de lo narrado, como la actividad que emprende la pequeña Xiomara: “Hasta que en una ocasión se le ocurrió limpiar el mar, ella sola”. La segunda percepción de soledad es la que está instalada en el corazón de Elio, el protagonista, cuya nostalgia por el retorno a Chimbote vierte –ante el peso de la memoria que lo condena por su papel antagónico en la historia de Xiomara– en un “dolor profundo que lo laceraba”.
En “Su primer nieto”, Abraham se entera que su hija Irasol lo ha hecho abuelo y entonces se llena de interrogantes y emociones. Esto permite ver a un Abraham individualizado anímicamente, lo que lo lleva –pese a tener esposa e hijos– a hacer solo el viaje para conocer a su nieto. La soledad, en suma, es plasmada aquí por la permanente exposición de su fuero interno. En “El incomprendido diagramador Roldán Lets”, la soledad es engendrada también por la psicología del personaje. Su manera de ser lo aparta de todo convencionalismo, y entonces vemos que si bien Lets consigue ser admirado por su arte, sufre el estigma de la soledad social debido a su extravagancia.
Mientras que en “La calle de las mujeres centauro”, último cuento del conjunto, la soledad está impregnada –en primer término– en estas, en las mujeres centauro ideadas por el autor para este surrealista, apocalíptico y magnífico cuento. Se trata de féminas deseadas por su sensualidad, pero que (quizá por esto) viven marginadas por la sociedad, amenazadas por la policía, acosadas por la extinción y “buscando (siempre) una cueva desocupada para esconderse”.
La sociedad que nos plantea Lecca aquí es una donde se vive al límite, donde los excesos y las perversiones han configurado un tipo de vida que el Estado (hipócrita) mira solo de reojo, sin fijarse en el valor de esa otra soledad, la comunal, compuesta por los desclasados, por los que en apariencia constituyen solo una multitud, mas mirándolos en detalle presentan “una individualidad profunda que el Estado no había tomado en cuenta”.
¿Es esta una de las lecciones del libro? ¿El que cada persona –no obstante su categoría de ser social– es en su individualidad, en su soledad, plausible de una legítima valoración? La soledad en su versión de constitución psíquica, de desamor, de inadaptación o intimidad, tal como se presenta en los diversos cuentos del libro, es un importante símbolo de nuestros tiempos y el signo de un espíritu sensible como el de Dante Lecca, quien ha trasmutado su arte partiendo de un sentimiento que –después de todo– nos define colectivamente.
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