Huaraz en Línea.- Hasta hace unos pocos meses, la vida en muchos países transcurría normalmente. Nosotros mismos, hace un mes, nos movíamos entre los temas de la agenda política y veíamos con cierta distancia como una epidemia de gripe avanzaba de China a los países europeos. También hace un mes, se inició en el país una etapa desconocida y desconcertante para todos.
Sin siquiera saberlo certeramente o, al menos, solo intuyéndolo, el COVID-19 sometería al país, nos sometería como sociedad y como Estado, a un examen duro, intenso, difícil. Siguiendo ahora poniendo a prueba a la templanza del Estado, al liderazgo del gobierno, a la salud de la economía, a nuestra ciudadanía. Somete a evaluación a nuestro sistema de salud, a nuestras fuerzas del orden, a nuestro sistema educativo.
El gobierno y el Ministerio de Educación actuando según lo recomendado por los especialistas en salud pública actuó en consecuencia y suspendió las clases. Se inició entonces una carrera de velocidad para preparar un inicio de año escolar postergado y distinto. El resultado fue la puesta en marcha de una estrategia de educación no presencial, Aprendo en Casa, que busca no interrumpir el servicio educativo en el país. Ha sido sin duda una tarea difícil para un país con poca conectividad, poco acostumbrados a la “virtualidad” y, sobre todo, poco preparados para cambiar nuestras dinámicas educativas.
La excepción siempre sorprende y para nuestro sistema educativo esta sorpresa ha sido mayor. No solo lo ha sometido a una presión sin precedentes por crear cosas nuevas para no interrumpir las clases, sino que hecho que se muestren viejos y serios problemas que han permanecido a pesar de los “avances” educativos.
La alerta sanitaria por coronavirus COVID-19 ha mostrado las persistentes desigualdades educativas y no solo aquellas que existen entre “lo urbano” y “lo rural”, sino también entre los territorios urbanos, entre las regiones, entre los distritos. Entre el servicio público, el privado de élite y el de bajo costo. Ha mostrado que tener una conexión a internet es una especie de privilegio en lugar de un servicio esencial en estos tiempos de conocimiento y comunicación.
Esta pandemia muestra también los imaginarios sobre la educación construidos por las familias, los medios de comunicación e incluso por muchos docentes que se sostiene en una idea utilitaria de la educación, en la vieja, y ahora absurda, idea de que la educación es sinónimo de un conjunto acumulado de conocimientos. Se ha abandonado la idea de que la educación es un proceso que prepara futuros adultos para construir una mejor sociedad. Aprendimos más rápido y mejor cómo hacer que los estudiantes mejoren la comprensión lectora, pero no como seguir las normas.
Particularmente, este estado excepcional ha mostrado que la educación ha fallado en su deber de formar ciudadanos capaces de imaginarse un objetivo colectivo al cual contribuir y de postergar intereses particulares cuando es necesario contribuir al bien común.
Un sistema educativo de calidad es un sistema que no es desigual. Es de calidad cuando forma ciudadanos, ciertamente competentes en comprensión lectora y matemáticas, pero, también en virtudes cívicas como los derechos y los deberes. Es de calidad cuando la noción de calidad incluye más temas que aquellos que pueden ser medibles de una sola manera. Será de calidad, además, cuando su importancia no sea retórica y se reconozca que la educación es la base ineludible para una buena política, para una buena economía, para una buena sociedad.
Hace uno días escribí que cuando todo esto acabe no seremos los mismos. Algo habrá cambiando en nuestra forma de ver las cosas. Los sistemas educativos tampoco serán los mismos. Tiene que acusar recibo de la evaluación a la que fueron expuestos y actuar en consecuencia por los resultados obtenidos para hacer los cambios que se requieran. De lo contrario, nada de esto habrá servido. La educación cuando todo esto acabe no debería ser la misma. (Por: Ricardo Cuenca- IEP – publicado en Otra Mirada)
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