Martes, 28 Mayo 2019 - 12:45pm
Huaraz en Línea.- Cuando hace más de un año el Presidente Donald Trump impuso una fuerte alza de aranceles a China parecía que se trataba simplemente de una guerra comercial entre esos dos países. Supuestamente, lo que quería Trump era reducir el déficit de la balanza comercial de EEUU con China, que superaba los US$ 400,000 millones anuales.
Pero, con el correr de los meses, se descubre que las intenciones de Trump van mucho más allá. Las sanciones contra Huawei, el gigante chino de las telecomunicaciones, revelan que ha comenzado una guerra económica que tiene como telón de fondo la hegemonía económica en el Siglo XXI. Detrás del lema de campaña de Trump: “hagamos a América (EEUU) grande otra vez” estaba una apreciación política con un contenido trascendental de alcance mundial.
En realidad, se trata de sacar del camino a China, la potencia económica en extraordinario ascenso en los últimos 30 años y que amenaza con superarla, no solo en las cifras agregadas de valor de la producción, sino en el liderazgo en el terreno de las innovaciones en las tecnologías de la información y del conocimiento (TIC), que van a desplazar los viejos ejes del crecimiento para constituir las bases del Siglo XXI (1).
Se sabía que esta confrontación estaba en marcha desde hace ya buen tiempo. Pero también se suponía que ésta debía desarrollarse en el campo de juego de los “mercados abiertos”, que debieran ser los mejores asignadores de recursos económicos, superando largamente las herramientas de las “economías mixtas”, como la economía china, que en algún momento demostrarían sus falencias y terminarían por desplomarse, como sucedió con la economía de la Unión Soviética.
Es por eso que EEUU impulsó el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio en el 2001, organismo que tiene como base teórica central, justamente, el libre juego de esas fuerzas para lo cual propugna la reducción de los impuestos a la importación (aranceles). Pero el desplome de China no se produjo. Dice el New York Times que China fue “la nación que falló en fallar” (2).
En lugar del derrumbe de la economía mixta china, esta nación se convirtió en la fábrica del mundo en muchos de los productos llamados tradicionales, a la vez que incursionaba en los sectores de punta de alta tecnología y lograba liderazgos. Para la clase política norteamericana, durante los años de Bush y de Obama, sin embargo, las fracturas chinas aparecerían en cualquier momento, motivo por el cual había que persistir en las políticas multilaterales de libre comercio, impulsando acuerdos como el TPP, que sentarían las bases que llevarían al desequilibrio económico chino. Tampoco se dio.
Lo que sí sucedió fue la “deslocalización de la producción”, es decir, que ahora la producción de las mercancías se realiza en diferentes países y regiones, para ensamblarse en uno de ellos y luego venderse en el mercado mundial. Esta “deslocalización” arrasó con los empleos en varios países industrializados, sobre todo, en el cinturón industrial de EEUU (Michigan, Wisconsin, Pennsylvania). Ahora lo llaman “cinturón oxidado”.
Trump recogió esas demandas de la población: “las políticas de libre comercio están destruyendo a EEUU; no han frenado a China y tampoco han resultado buen negocio los demás TLCs, incluyendo el de EEUU con Canadá y México”. Esta afirmación es una estaca directa a las bases fundacionales del orden económico internacional post Segunda Guerra Mundial, que fuera impulsado nada menos que por EEUU. Se puede también decir de otro modo: los evangelios neoliberales salieron por la ventana.
Trump decidió abandonar el enfoque multilateral, no solo en el plano económico y comercial, sino también en el cambio climático (COP 21), el tratado nuclear con Irán (donde están nada menos que la Unión Europea, China y Rusia) y las relaciones con Corea del Norte. E impulsa una agenda neo-conservadora en el plano social: contra los migrantes, los derechos de las minorías –racismo y supremacía blanca van de la mano- y las libertades de opción sexual.
Pero el eje central de su política sigue siendo la mantención de la hegemonía económica, lo que solo puede lograrse si detiene el ascenso chino. Trump ha dicho: este es el momento de cambiar el rumbo en 180 grados. Si no lo hacemos ahora, dentro de unos años ya será demasiado tarde.
Ese es el sentido de la guerra económica contra Huawei (3), empresa privada china que en los últimos años, ya había logrado desplazar a Apple del segundo lugar en la venta de celulares, acercándose a Samsung, líder del mercado (ver gráfico). Anotemos también que el cuarto y quinto lugar en la venta de celulares lo ocupan empresas chinas más pequeñas.
Las medidas de Trump no solo apuntan a quitarle mercados sino a golpear allí donde aún tiene un rezago tecnológico. La medida inmediata ha sido prohibirle el acceso al sistema operativo Android (Apple) y diversas aplicaciones (apps). De manera inmediata, varias empresas de EEUU y de otros países (Toshiba) han reaccionado cortando sus lazos comerciales con Huawei. Sin embargo, pareciera que esta empresa ya cuenta con sistemas operativos y apps alternativos.
La batalla se va a centrar en los semiconductores, que son los circuitos integrados esenciales para la producción de smartphones, computadoras, autos, servicios a distancia, robots, etc. China no los produce aún e importa más de US$ 250,000 millones anuales de chips. En los últimos años ha invertido ingentes recursos en investigación y desarrollo para lograr una tecnología propia, pero no se sabe cuándo eso sucederá (algunos analistas dicen que “está cerca”). Pero, ojo, si bien China no tiene aún autonomía en la producción de chips, sí tiene el liderazgo en la red 5G.
Lo nuevo acá es que Trump ha logrado unificar a la élite económica y política norteamericana, con un argumento, la defensa de la seguridad nacional para defenderse del espionaje del gobierno chino que tendría acceso a la información de Huawei. Dice Eli Lake: “el mayor peligro es si EEUU y sus aliados permitirán que la tecnología de Huawei se utilice en la red inalámbrica 5G.Es importante comprender que la próxima generación de redes inalámbricas será la columna vertebral de la economía mundial. Todo, desde monitores de corazón hasta autos de auto, dependerá de ello” (4).
Manuel Castells, en un reciente artículo, nos dice que si bien el espionaje no es el objetivo de las empresas, sí lo es de los gobiernos y que con ese argumento no deberíamos usar el software de Microsoft o Google porque son norteamericanos: “El profundo significado de esta batalla es que ha empezado la guerra por el nuevo poder mundial. EEUU estaba relativamente tranquilo en su hegemonía porque estaba seguro de su superioridad tecno¬lógica (en gran medida derivada de sus universidades), que se traducía en superioridad económica y militar. Pero todo ese complejo tecnológico depende de las redes de comunicación y aquí Huawei tiene, según la opinión casi unánime de los expertos, una clara hegemonía que va incrementándose” (5).
Como se aprecia, esta guerra económica recién comienza. Lo primero a decir es que el contexto es preocupante para EEUU: a) no se ha superado la crisis sistémica del 2008 pues ésta solo ha sido paliada con el “relajamiento cuantitativo” del banco central de EEUU (la hoja de balance del FED tiene 4 billones de dólares de deuda); b) la rebaja de impuestos a la renta de Trump (sobre todo al 1% más pudiente de la población) dio un oxígeno temporal, que ya se está agotando y, c) a pesar de todas esas medidas no se ha reactivado la inversión privada, que está estancada en un nivel muy bajo: 13% del PBI.
Esta guerra económica también demuestra que ha resultado peregrina la "tesis" de que, debido a la globalización, “el mundo es plano”, o sea igual para todos, título del libro de Thomas Friedman, columnista del New York Times. Ese paradigma “universalizador” de la globalización se ha quebrado.
Los Estados-Nación siguen vivos. La globalización ha causado serios destrozos, sobre todo sociales, porque ha estado dirigida y orientada por las grandes empresas multinacionales. ¿Quién ganará esta guerra? ¿Se detendrá dentro de poco? ¿China tiene las herramientas para reaccionar en el plano tecnológico? ¿Cómo se van a alinear los países? No lo sabemos. Pero sí sabemos que las consecuencias ya las comenzamos a sufrir con la baja del precio del cobre, pues el 50% del consumo mundial corresponde a China.
Para terminar: Los impactos de esta guerra económica nos dicen claramente que la política económica seguida en los últimos 25 años en América Latina y el Perú necesita cambios profundos que reflejen las nuevas realidades (Por: Humberto Campodónico – Otra Mirada)
Comentarios