Huaraz en Línea.- Uno de los más claros y precisos diagnósticos sobre los sucesivos fracasos del Perú como Estado-nación es el que nos legó el gran historiador Jorge Basadre. En efecto, la guerra del Pacífico desnudó las carencias y limitaciones de un país asentado en lo que llamó “el Estado empírico y el abismo social”. Desde entonces, mucho hemos avanzado, pero en lo que al Estado respecta se siguen manejando las instituciones en función de intereses particulares y no, como reza el principio jurídico, por la naturaleza de las cosas.
El Servicio Diplomático del Perú (SDP) parecía una excepción a esta regla; una isla de eficiencia e institucionalidad en medio de un mar de “empirismo”. La diplomacia peruana estuvo en diversos momentos a la vanguardia en lo que respecta a la formación de cuadros y a la promoción de los intereses sustanciales del país en el exterior. Muchos diplomáticos peruanos -formados en Torre Tagle- han dejado una huella indeleble de buena preparación y de conducción eficiente de los asuntos internacionales. En los años 50 nuestro país fue uno de los pioneros en América Latina en la creación de una Academia Diplomática para formar a los funcionarios que representan y negocian en nombre de la nación. De esta manera, se intentó dar un sentido eminentemente profesional a la carrera diplomática, desligado de las presiones y manipulaciones políticas. En América Latina, tan sólo Brasil y Chile pudieron crear y mantener una institución diplomática de perfil y nivel similares.
No obstante, el aciago decenio de los 90 alteró profundamente este grato panorama. En efecto, el régimen golpista, en colusión con un sector de desaprensivos funcionarios del propio Torre Tagle, consumó una razzia que entrañó la tan arbitraria como ilegal separación de 117 funcionarios. Esta operación le significó un grave daño al país y su sombra alargada continua hoy ennegreciendo la institución. De todas formas, la capacidad residual y la presión de los sectores democráticos evitaron que Torre Tagle sucumbiera totalmente ante el embate del fujimorato y sus acólitos desaprensivos.
Al recuperarse el Estado de derecho en el presente siglo, volvió también la institucionalidad a Torre Tagle. La era de la globalización y la revolución en las comunicaciones requerían –y requieren- que quienes representen y negocien por el Perú tengan una sólida formación profesional. Desafortunadamente, sin embargo, la robustez institucional resultó efímera. Muy pronto retomaron el mando los ventajistas e ineptos. Y, claro está, las aguas nuevamente se enturbiaron.
Son los mismos personajes que como fantasmas de los 90 han vuelto a tomar el control de la institución. Conjuntamente con sus siempre prestos allegados, actúan con criterio de argolla y bajo el principio de “para mis amigos todo y para mis enemigos la ley”. Esto vale ahora para los funcionarios despóticamente cesados el 92, a los que se continúa aplicando de manera delirante la derogada ley, al denegarles sus justos derechos, que sí se les reconoce a los no cesados.
Los embajadores criollos han demostrado tener una gran destreza para hacer pesar su “causa” en los círculos del poder. Han aprovechado el espacio que les han dejado los regímenes de los últimos tiempos para generar una estructura clientelista en la que se dan ascensos y promociones, así como asignaciones de puestos en función de la cercanía a la camarilla reinante, sin considerar el mérito y sobre la base de la argolla. Embriagados por la arrogancia han incentivado incluso el espionaje interno que evoca las peores prácticas de la dictadura de los noventa.
Así, nuestro Servicio Diplomático, otrora reconocido por su profesionalismo y que atraía a jóvenes capaces y con proyección de servir a su país en el exterior, viene cristalizando un perfil institucional anacrónico, cada vez más alejado de lo que el país necesita para consolidar su participación en el sistema internacional, que emerge en el nuevo siglo. En el Perú de hoy que requiere de organismos sólidos con expertos de calidad para apuntalar su despegue, las relaciones exteriores son demasiado importantes y vitales para dejar que la carrera diplomática sea manipulada por un puñado de embajadores criollos.
(Por: César Rodríguez Rabanal - otramirada.pe)
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